domingo, 22 de abril de 2007

Discurso Fundación Sociedad de Socorros Mutuos

Señores:
Hay acontecimientos en al vida de las naciones que hacen época en la historia, por el progreso que marcan en el camino de la civilización y del engrandecimiento de los pueblos.
Es un hecho evidente que todo el progreso moral y material que ha alcanzado la clase obrera en las naciones civilizadas, es debido en gran parte al espíritu de asociación que domina en todas ellas. El ha sido el que, con el nombre de sociedades Cooperativas de consumo, Sociedad de Socorros Mutuos y caja de ahorros ha contribuido a su mejoramiento. El obrero como todo hombre tiende a su bienestar, pero el resultado de sus esfuerzos individuales, es insignificante y muy lento. Necesita pues unir los suyos al de otros obreros que tendiendo al mismo fin y haciendo un esfuerzo combinado, dé por resultado el mejoramiento común.
Este es el medio que han empleado para instruirse en el conocimiento de sus deberes y derechos, y para el mejoramiento de las artes o industrias para formar un capital con que poder hacer frente a nuestras necesidades materiales durante la falta de trabajo o durante una enfermedad.
¡Qué de sufrimientos y privaciones no se ha evitado el obrero previsor, que pensando en su porvenir, se ha apresurado a formar parte de esas sociedades! Entre nosotros el espíritu de asociación va echando raíces.
Copiapó, Serena, Valparaíso, Santiago, Talca, Parral y Chillán nos dan la prueba de ello. Penetrados nosotros de los benéficos resultados de estas Instituciones que han de ser la palanca mas poderosa para el engrandecimiento de nuestra cara patria, os habeis apresurado a preparar el terreno donde deben fructificar los principios, dándonos nuestro mejoramiento y nuestro progreso. En este trabajo preparatorio mediante vuestra contracción, no hemos encontrado obstáculo alguno. Ha llegado el día en que podemos dar principio a lo que ha de engrandecernos por medio de nuestras fuerzas combinadas. Es verdad que la plantación de las tres Instituciones que os he nombrado, nos harían andar aceleradamente en el camino de nuestro progreso, pero también es cierto que nuestras fuerzas y nuestros conocimientos son insuficientes por el momento. La Sociedad de Socorros Mutuos que hoy instalamos, está llamada a servir de base para la realización de las otras.
Esta Sociedad como sabéis tiene un fin moral y un fin material: moral por cuanto tratará de enseñarnos los deberes para con los demás hombres y para con nosotros mismos; material por cuanto nos proporcionará los medios para nuestra subsistencia cuando nos encontremos imposibilitados para el desempeño de nuestras profesiones.
¡Qué bello espectáculo daremos a la sociedad en general, viéndonos unidos trabajando en obra tan santa! Con ello probaríamos que la savia vivificadora de la moralidad y del progreso, empezaba a abrirse paso en nuestras humildes inteligencias. Hoy, uniendo nuestras fuerzas individuales, nos precavemos contra la miseria que siempre acompaña al pobre obrero, cuando tiene la desgracia de caer enfermo y sin recursos de ninguna especie. Sabido es de todos nosotros la carencia de hábitos económicos que tenemos, pues casi siempre, solo nos ocupamos del presente y no nos preocupa como debiera, la idea de que nuestras fuerzas físicas puedan llegar a resentirse e impedírsenos con ello el ejercicio de vuestras profesiones. Llega por desgracia éste momento fatal, entonces ¿qué hacemos? Qué partido tomamos para poder llamar un médico ¿cómo nos proporcionamos los medicamentos? A quien nos dirigimos para que nos proporcione el cómo subvenir las necesidades mas imperiosas de la vida? Qué hacer en estos momentos supremos que entristecen el alma y desgarran el corazón? En estos momentos de angustia y desesperación solo una idea de salvación se presenta a nuestra atribulada inteligencia, y ¿cuál es? la horca que por sarcasmo quizás se le llama Monte de Piedad, cuando el verdadero nombre que debería tener es el de vampiro de la clase proletaria.
Ahí mandamos las mejores prendas de nuestro escaso ajuar, y por ellas nos dan la décima parte de su valor, obligándonos a pagar el módico interés del 144 por ciento en muchos casos.
Con esto satisfacemos en parte las necesidades de hoy, pero reagravamos los de mañana, porque mientras menos recursos tengamos mayor será nuestro sufrimiento, por cuanto al mal físico, agregamos un mal moral, haciendo que nuestra enfermedad tome mayores proporciones. Y ¿qué haremos? No nos queda más recursos que apelar a la caridad, pero esta no se encuentra siempre dispuesta a llenar las necesidades de todos los que sufren. He ahí aumentando nuevamente nuestro dolor. Detengámonos a contemplar este cuadro desgarrador: aquí nuestra cara esposa con el corazón lleno de angustia y dolor; a un lado nuestros amados hijos con el rostro bañado en lágrimas pidiendo el alimento; ahí las dueñas de casa que vienen a reclamar el canon de la habitación. En vano, tendemos la vista la vista, buscando algún objeto por medio del cual pudiéramos enjugar las lágrimas de nuestros hijos y mitigar la aflicción de nuestras esposas.
Nada encontramos, nada vemos, porque todo ha desaparecido, y entonces nuestras fuerzas nos abandonan por completo. Quizá viene después la muerte a completar la obra de la desgracia y de la miseria, imponiendo a nuestras pobres familias nuevos y mas terribles sacrificios, nuevos y mas terribles sufrimientos. Tales son las consecuencias de la poca previsión.
Ya que fundamos una Institución que tiende a precavernos contra la miseria, preciso es que inspirándonos en la grandeza de la idea trabajemos sin descanso,, a fin de que sus benéficos resultados se hagan extensivos al mayor número posible. Ella nos proporcionará en los casos de enfermedad, asistencia médica y medicina, un subsidio diario para subvenir a algunas necesidades, cuando la enfermedad nos imposibilite para el trabajo, el que nuestros consocios nos visiten para imponerse de nuestra salud, ver si recibimos los auxilios con puntualidad, y consolarnos en nuestra desgracia como hermanos y como amigos. En los casos de muerte la Sociedad se encargará de costear los funerales depositando nuestros restos en una sepultura especial que ya puede decirse posee la Sociedad, pues tiene reunidos algunos fondos con este objeto. Además nuestras viudas e hijos recibirán una pensión mensual por un tiempo más o menos largo. También velará por la educación de nuestros hijos.
¿No es verdad, señores que estamos en el imprescindible deber de sostener una institución tan benéfica? Y con tanta mayor razón desde que no nos impone grandes sacrificios, y solo nos pide 20 centavos semanales, 20 centavos que generalmente malgastamos o botamos sin obtener beneficio alguno. Ved aquí, señores, como se expresa a este respecto el señor Daniel Feliú en una conferencia leída en la escuela “Blas Cuevas” a los obreros de Valparaíso.
“¿No es pues consolador tener la seguridad de que por una módica suma erogada todos los meses se obtendrán los mas costosos remedios, y por todas estas ventajas serán el resultado del ejercicio de un derecho y no el de una solicitud siempre penosa?
“He aquí un punto muy importante, capaz seguramente de hacer impresión en vuestros espíritus cuya susceptibilidad es por cierto muy honorable. Los frutos que obtengáis de las sociedades de socorros mutuos, los adquiriréis en virtud de un derecho y no por un favor.
Sin duda, apreciareis en todo su valor la diferencia que existe entre un derecho y un favor. El segundo está subordinado a la buena voluntad, al capricho de un individuo del cual nada se puede exigir y a quien solo se debe suplicar. Al contrario, cuando se reivindica un derecho, se ejercita una acción legítima, en virtud de una facultad propia, emanada de su misma persona e independiente de toda otra voluntad. Así, por ejemplo, cuando solicito un auxilio cualquiera de una casa de beneficencia, se me hace un acto voluntario de caridad, no puedo exigir ese favor, cuando, al contrario, pido a una Sociedad de Socorros Mutuos de que soy miembro, las atenciones de un médico y de un farmacéutico, hago uso de un derecho adquirido mediante la cotización que he erogado; no solicito sino lo que se me debe y por consiguiente, mi dignidad queda a salvo.”
Estoy seguro señores que en vista de la veracidad de estas apreciaciones, no desmayaremos y por el contrario trabajaremos sin descanso por propagar estas ideas que dignifican y benefician al obrero.
Tengamos presente que la mutualidad que hoy planteamos, no está reducida al estrecho circulo material, ella es mas sublime y mas basta, porque abraza la parte moral e intelectual. Los bienes puramente materiales, jamás subliman al hombre, sino acompaña a este la instrucción, la honradez, la caridad y el trabajo.
Siendo la instrucción el motor más poderoso para encaminar a los pueblos en la vía del progreso, la sociedad trabajará por la pronta instalación de una escuela en la cual se eduquen nuestros hijos según las ideas mas adelantadas y mas conformes a las exigencias de la época que atravesamos. En ella, también nosotros por medio del contacto frecuente nos conoceremos y fraternizaremos recibiendo toda la luz del saber.
Estas ventajas se harán extensivas a todos los que tengan voluntad de aprender.
Copio el siguiente trozo de un discurso del señor Dávila Larraín profesor de la escuela de artesanos de Santiago, por contener muy importantes ideas sobre lo que debe hacerse en la escuela:
“... desarrollar desde temprano en las inteligencias jóvenes e impresionables la convicción de que son hombres y hermanos de los demás hombres, que tienen derecho de pensar y de hacer respetar sus opiniones y obligaciones; de tolerar lo que los demás, con igual derecho, piensan y creen; hacer que el espíritu discuta y examine lo que se le enseñe en cuanto esté a su alcance; inculcarle desde el primer momento el amor a la verdad absoluta, e inmutable y amor a la justicia, eterna e invariable, como Dios de quien deriva, y hacerle por fin, comprender que estas leyes y estos derechos son un reflejo de Aquel a quien no conocemos ni podemos conocer: tales son los principios que harán de la escuela una institución salvadora y útil para el porvenir de un país al que darán hijos y ciudadanos y no esclavos sumisos y obedientes.
“Trabajar por el porvenir es norma de los que procuran el engrandecimiento del pueblo única base sólida y estable del engrandecimiento de la patria y el porvenir dará la victoria a las ideas justas y buenas siendo sostenidas, por los que, teniendo fe en sus convicciones, tienen valor en la lucha y esperanza, en el tiempo porque Dios y los hombres buenos están con ellos; pero les ha de pertenecer, sobre todo, si se convencen de que en la escuela y no en los meetings, en las discusiones tranquilas y frías y no en las acaloradas luchas políticas, es donde el hombre debe hacer el aprendizaje de la libertad, donde él debe conocer y amar todo lo que ella tiene en grande y bello, donde, en fin, debe él aprender a ser ciudadano y conocer las obligaciones que ese nombre le impone.
“Y así y solo así, realizará la escuela su misión salvadora, llevando la luz a todos los repliegues en que se ocultan el fanatismo político y religioso, el vicios social, o el egoísmo que se traduce por el indiferentismo en sus variadas formas y el libro sustituyendo al puñal apartará al hombre del crimen, sustituyendo al licor embriagador de ese terrible vicio, germen y causa de todos los demás; y el llegará a ser ocupación en los ratos de descanso, placer en los momentos de tedio, consejero en las situaciones difíciles, verdadero amigo, en fin, que ni adula ni engaña, que reprende cuando ha obrado mal, que alienta cuando se ha marchado por el camino recto.”
¡Ojala que nuestra futura escuela realice esta bella enseñanza que acabo de leeros!
Señores lo que haya podido deciros acerca de los bienes que nos reportará nuestra Sociedad, es un hecho práctico que los obreros de todos los pueblos se apresuran a realizar. Los obreros de una ciudad importante como Concepción, deberían estar muy avanzados en el camino del progreso.
Que nuestra tardanza sea reemplazada por nuestra actividad para igualarnos en fuerza y en resultados.
Un poco de voluntad será suficiente para conseguirlo. Frecuentémosla siempre, proporcionémosle obreros que son su vida, no la dejemos que se debilite y por fin muera. En ello está comprometido nuestro amor propio como hombres y como ciudadanos.